Hna. Ma. Yolanda Bernahola
Yolanda era simpática, enérgica, práctica. Una mujer simple, justa, honesta, sin doblez. Tenía 27 años la primera vez que tuvo que asumir la responsabilidad de ser superiora de una comunidad. Esta responsabilidad la acompañó siempre. De una comunidad o de otra, de una casa de formación o de una Circunscripción… Ser madre fue su misión, su don y su cruz. No fue fácil. Nadie la había preparado para eso.
A los 16 años, María Nilda, su nombre de bautismo, entra en las Pías Discípulas, el 29 de junio de 1961 en Córdoba, en la casa donde realizará su camino formativo. De inmediato Nilda se presenta como una joven prometedora y destinataria de mucha esperanza. Después del noviciado emite la primera profesión el 25 de marzo de 1965, en Córdoba. El 1 de mayo de 1971 emite los votos perpetuos en su parroquia de origen, en Ambul (Córdoba). En el pedido afirma que no merece tal gracia: “depositando mi nada en el Todo, sé que Él no me hará faltar su gracia”.
Hna. Ma. Yolanda provenía de una familia profundamente religiosa y con arraigadas tradiciones. Era oriunda de una tierra que había florecido por la influencia de grandes santos como el Cura Brochero, Madre Catalina Rodríguez y otros. Ellos dejaron un enorme legado en la iglesia y en la sociedad construyendo caminos, fuentes de trabajo y escuelas, dando dignidad a las personas, favoreciendo el transporte, la comunicación, y, sobre todo, el encuentro con Dios por medio de los ejercicios espirituales. Y Yolanda fue fiel a esa herencia.
Para Yolanda las cosas eran blancas o negras. No había términos grises. Con esa pasión ella escuchaba, amaba y difundía el Evangelio. Pero para acompañar a las hermanas en formación, tuvo que aprender a transmitir los valores, adaptarse a lo distinto, a hacerse maestra según el modo de Jesús. Y ésta fue su gran tarea, la de configurarse con Jesús Maestro y Pastor mientras conducía a las personas, construía casas, abría caminos, guiaba en la misión. En el momento de su pascua, testimoniaron las hermanas: “ella era Discípula-madre en la comunidad, cercana a la gente, amable, cordial. Una religiosa edificante por su clara y definida opción de la primacía de Dios en su vida; por los valores que manifestaba en los gestos cotidianos, en las cosas concretas”.
Aunque tenía muchas ocupaciones, siempre había en su corazón y en su tiempo, un lugar privilegiado para los más pobres, para quienes iban en busca de ayuda, comida, vestido, medicinas; y para los más vulnerables de las zonas rurales cercanas a una casa que donaron a la Congregación, en Colonia Hogar, un pueblo de las sierras, a 80 km aproximadamente de la comunidad Divino Maestro, en Córdoba.
Mientras la casa de campo era reformada y se construía una capilla, Hna. Yolanda visitaba a las familias, organizaba recreaciones para los niños en la escuela rural, favorecía los sacramentos llevando sacerdotes (porque la parroquia es territorialmente muy grande y difícil de atender). El cuidado pastoral de la zona fue una herencia que ella nos dejó y que hoy continuamos las hermanas junto a un grupo de jóvenes y a otros miembros de la Familia Paulina.
En Argentina, aún la extrañamos. Su muerte fue inesperada, su pascua vertiginosa. Después de una reunión con los Cooperadores Paulinos, cayendo accidentalmente, se fracturó la rodilla y el hombro. Luego, sufrió una embolia pulmonar repentina que le provocó la muerte. Sus últimas palabras al salir de casa, en una ambulancia, y al darse cuenta de la gravedad de su condición, fueron: “Dejo mis saludos a todas las hermanas. Ofrezco mi vida por todas”. Advertía la llegada del Esposo, que llegaría pronto para llevarla con ella, y estaba lista, disponible, como lo estuvo toda su vida.
Hna. M. Yolanda nos deja como don su gran entusiasmo, el amor a Jesús que la siempre hacía activa, generosa, misionera, dispuesta a dedicarse a cualquier tarea, por sencilla que fuera y a servir a los demás. Tenía una alegría contagiosa que le venía del amor a la Eucaristía, a la Palabra de Dios, a la liturgia, a la comunidad.