Adriano Teresina – Hna. M. Giacomina
En nuestro viaje con las primeras ocho Pías Discípulas del Divino Maestro, estamos nuevamente en S. Pedro de Govone, una tierra fértil no solo para la agricultura sino también para vocaciones sacerdotales y religiosas. Entre las Pías Discípulas recordamos, además de Hna M. Giacomina Adriano, a Madre M. Antonietta Marello seguida de Hna. M. Alfonsa, Hna. M. Clara Cantamessa, Hna. Saveria Pistamiglio, que entregó heroicamente su existencia en Polonia; Hna. M. Felicina Airano, Hna. Cecilia Cantamessa, Hna. Pierangela Bottallo.
En su modesta casa, Biagio Adriano y Carolina Cantamessa, el 28 de enero de 1898, están de fiesta por el nacimiento de Teresina. La vida en familia y en la parroquia alimenta su crecimiento humano y espiritual y Teresita madura el deseo de dedicarse totalmente al Señor. Acogida por P. Alberione, entra en S. Pablo, en Alba, el 15 de abril de 1920 y, poco después, formará parte de la comunidad de Susa.
Una chica sencilla hasta la ingenuidad, fácilmente juzgada como infantil, posee en cambio la sabiduría de los santos. En su vida se verifica cómo el Señor realiza “cosas grandes” a través de instrumentos humildes, cuya riqueza interior brilla a su mirada e irradia sobre el mundo. A ella le es aplicable la alegría de Jesús: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y las has revelado a los pequeños. Sí, oh Padre, porque así lo has querido” (Lc 10,21).
Sabe ir a lo esencial, y lo fundamental de su don es fruto de su amor silencioso, total, a Aquel que ama con todo el ser: Jesús Maestro Camino y Verdad y Vida. Lo encontró en su juventud, lo siguió, lo escucha en la meditación, en la oración. En la interioridad aumenta constantemente su unión con Él; advierte su Presencia, custodia su Palabra, lo sirve en la obediencia a la autoridad y en las peticiones fraternas.
Un regalo de los comienzos
Cuando, además de Ursulina y Metilde, se “ponen a un lado” a otras cinco, todo parece completado con el número de siete, pero la primera maestra Tecla Merlo dirigiéndose a Orsolina dice: “Quiero hacerles un regalo, lleven también con ustedes a Teresina Adriano, estarán contentas”. Es verdaderamente una persona preciosa, capaz, por su humildad y abandono, de una particular intercesión ante Dios. “Una inocente criatura – escribe Madre Escolástica – que tiene asegurado el Cielo!”
El nombre nuevo
El 25 de marzo de 1924 con la profesión religiosa, se le da el nombre nuevo: Giacomina del Ángel Custodio: el nombre de un gran apóstol y del fundador y el atributo del Ángel Custodio. Ella está muy contenta y acoge como un mandato la intención que le confía la Madre Escolástica: “Tú debes rezar por el Sr. Teólogo, todos los días y ayudarlo en el silencio y la oración”. Apoyándose en el nombre recibido, alimenta luego una particular devoción por el Ángel Custodio: cree en su presencia, conversa con él, a él se dirige en las diversas necesidades, para obtener ayuda para sí y para los demás, y en todo caso, como repite a menudo, siempre recibe una respuesta reconfortante. Acoge con gratitud y, se puede decir, con humilde audacia, su compañía; con Él se siente segura en cada situación, y se alegra cuando las hermanas, con respeto y a veces con una pizca de humor, le recuerdan a su buen Ángel y con curiosidad la interrogan para saber si lo ve, si le habla y cómo se lo imagina… Siempre reciben una respuesta serena, convincente y, en algunos casos, solo un silencio sonriente que manifiesta muchas cosas.
Todo con espíritu apostólico
A Hna. M. Giacomina no se le confían oficios especiales, sus tareas son habitualmente comunes, ordinarias y ella, con una constante sonrisa, trabaja y reza, contenta de obrar hasta cansarse, de consumirse por Aquel que todo lo ve y que solo sabe calcular el valor de los gestos de amor realizados en la sombra.
Los ecos nos alcanzan: “encontrar a Hna. M Giacomina nos hacía bien… Conversar con ella significaba volver a las fuentes luminosas del Evangelio, a los humildes y serenos comienzos del Instituto… contemplar el poder de la oración… Su lenguaje era humanamente pobre, pero sus expresiones, incluso de lenguaje no verbal, manifestaban principios arraigados en su alma, asimilados de tal forma que dirigían toda su existencia y comunicando la motivación de una donación continua…”.
Sus breves escritos, en su espontaneidad, manifiestan mucha atención a las palabras del Fundador: “Obedecer siempre al Primer Maestro y a toda autoridad establecida; pobre de espíritu y de hecho; pureza en continuo ascenso, hacerse de méritos; observar el silencio; practicar la caridad; rezar por los Sacerdotes…”
Envía a Hna. Giacomina…
Especialmente en los inicios de las fundaciones, y en particular en el período de la construcción del Templo S. Pablo en Alba, P. Alberione se encuentra frente a situaciones, dificultades y necesidades complejas, que no tienen respuestas sencillas, inmediatas y claras para continuar el camino. Por eso, él mismo se presenta frecuentemente ante la hermana Escolástica con la petición explícita:
“Se necesita urgentemente luz y gracia, envía a la hermana Giacomina a rezar, y esté ante Jesús Eucarístico hasta que sea llamada”.
Serena y solícita, Hna. Giacomina va a rezar… Consciente de ser una criatura pequeña y pobre, pone su fe en la obediencia al Fundador, en la bondad de Dios Padre, se dirige a Aquel que todo puede y por tanto de Él es posible obtener cuanto se pide por su gloria y el bien de las almas. Está segura de que las rodillas dobladas, el gesto de los brazos levantados en la actitud del orante, son expresiones de fe: posición incómoda que ocupa una o dos o incluso más horas ininterrumpidas, según los casos. No le son reveladas las intenciones por las que es enviada, pero ella va, reza con la certeza de que el Señor escucha la oración del pobre que clama a él y eso le basta. Reza hasta que el Sr. Teólogo le diga a la hermana Escolástica: “¡Envía a alguien para decir a la hermana Giacomina que puede salir, la gracia ha sido obtenida!”
Oscuridad y luz
Cuando las fuerzas declinan, llega a Sanfrè. En particular, el progresivo deterioro de la vista es uno de los sufrimientos más duros que está llamada a afrontar, pero es también el tiempo en que se reaviva la ofrenda y la intercesión por los sacerdotes, los religiosos, las nuevas vocaciones, el apostolado paulino, la reparación…
Un día, en el que ya está llegando el fin de la vida, encuentra a la Madre General, María Lucía Ricci: “Tengo que decirle una cosa… bueno, ya no veo, estoy en la oscuridad, pero estoy contenta de ofrecer mi oscuridad, para que los sacerdotes tengan luz, difundan luz…” Así se firma la conciencia de una vocación recibida de Dios, vivida en la consumación, en la vida de discípula de Jesús Divino Maestro: siempre lo ha dado todo.
“¿Cuándo veré tu Rostro?”
Consuma en la paz su existencia terrena, que se concluye en la casa de Sanfrè, a las 15.50 horas del 4 de mayo de 1967: es el día de la Ascensión y es también el primer jueves del mes, tan querido para ella, porque está dedicado al Ángel Custodio. Entrega su espíritu a Dios en el momento en el que el sacerdote y las hermanas están comenzando a proclamar la Oración sacerdotal: “Padre ha llegado la hora…”
Con la muerte, se abren los ojos de Hna. M. Giacomina: está llamada a mirar “hacia lo alto”, a encontrarse con el Maestro Divino, a contemplar su Rostro glorioso, en la luz sin ocaso.