Da Giovanna Donola a sr. Mary Natalie
Nací en Italia el 23 de febrero de 1925, en Brugine, un pequeño pueblo cerca de Padua, donde crecí en armonía entre trabajo y oración.
Un día fui a confesarme y mi párroco hizo que me preguntara sobre lo que el Señor quería de mí, así se encendió la chispa de una posible llamada en la vida religiosa: “¿Te gustaría hacerte religiosa?” y yo, sin pensarlo mucho, respondí enseguida de “SÍ”, pero, le expliqué que mi madre me necesitaba mucho porque tenía cinco hermanos más pequeños y papá, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, había sido llamado a filas y por lo tanto, era imposible alejarme de casa.
Sucesivamente recé mucho y me repetía: “Si papá vuelve de la Guerra me haré monja”.
El Señor es grande… cuando papá llegó a casa, expresé mi deseo y fue él mismo quien convenció a mamá de dejarme ir con las hermanas… Mi párroco me recomendó entrar entre las Pías Discípulas del Divino Maestro porque tenían la Adoración Eucarística y así el 22 de octubre de 1943 entré en la casa de Sacile (PN) a la espera de partir hacia Alba para la formación inicial.
El 24 de marzo de 1946 entró en el noviciado y precisamente en ese año nuestra Congregación entró en un período de lágrimas y dolor porque, desde la Santa Sede, se decidió no concedernos la aprobación solicitada y se nos impuso la plena fusión con las Hijas de S. Pablo. Nuestro grupo de noviciado, según las disposiciones del Visitador apostólico, el P. Angélico, tuvo que dejar Alba y partir hacia Roma para unirse al Noviciado con las Hijas de S. Pablo.
Madre M. Lucia Ricci que, como Maestra de las Novicias, ahora tenía el único rol de Asistente, recuerda: “El 8 de noviembre de 1946, las 20 Novicias acompañadas de su Asistente, partieron de Alba hacia Roma, donde llegaron el día 9 hacia las 12, ayunas de la medianoche para poder hacer el S. Comunión. En un camión fueron a la Basílica de S. Paolo donde P. Timoteo Giaccardo las esperaba para la Celebración eucarística. Se entró silenciosamente en la Basílica y, bajando los escalones que llevaban al altar de la Tumba de S. Pablo, la conmoción fue tal que suscitó un llanto indecible e incontenible. P. Timoteo, reflexivo, silencioso, después de varios instantes dio inicio a la S. Misa, dando el gran consuelo de la Comunión. Despidió al grupo con una bendición.
Las Novicias se encaminaron hacia la Colina Volpi, sede de las Hijas de S. Pablo. Aquí tuvieron momentos de duda antes de entrar, pero se dieron cuenta de que tenían que obedecer. Hicieron un primer saludo a Jesús Eucarístico en la gran capilla, que se convertiría en uno de los lugares más amados durante su estancia romana que duró hasta el 31 de marzo de 1947”.
Fueron días muy duros, pero nunca, jamás, nos faltó la certeza de ser Pías Discípulas del Divino Maestro y el Primer Maestro, con su palabra, traía luz y consuelo: “Tengan fe en la vocación, la fe es certeza de lo que se pide. Hagan todo con sencillez, sin contar los sacrificios, sin siquiera saber que son tales; preparándose a los votos, sin dudar de Dios; nosotros hacemos nuestra parte, y Dios hará el resto… ¡No falten en la confianza! ¡La confianza es condición de vida; tampoco la oración vale sin confianza!”.
A partir de la Navidad de 1946, fueron de gran ayuda en este camino algunas meditaciones de nuestro Fundador, cuyo contenido se convirtió en una especie de manual de nuestra espiritualidad, válido todavía hoy. P. Timoteo Giaccardo decía: «Las meditaciones del Primer Maestro iluminan las tinieblas en todas las cosas. ¡Sus palabras son reflejo del Espíritu que lo ha hecho padre de muchas almas y dan luz, consuelo, vida!».
La prueba de fe duró varios meses y terminó con la “resurrección”, el 3 de abril de 1947, Jueves Santo, cuando llegó la noticia de la aprobación de derecho diocesano de nuestra Congregación.
Habíamos partido llorando, con júbilo y cantos de alegría volvimos a Alba, y el 24 de mayo de 1947, en el Templo S. Paolo, se celebró el Rito de nuestra Profesión religiosa “según las Constituciones de las Pías Discípulas del Divino Maestro”, ¡por fin!
En 1952, año de mi Profesión Perpetua, recibí el mandato de ser misionera en los Estados Unidos de América para iniciar el apostolado del Arte Sacro. Y así el 4 de agosto de 1952, desde Génova, en el barco Vulcania, partí hacia Nueva York. Al principio fue difícil, pero con la gracia de Dios perseveré. Sentía una gran alegría cada vez que una estatua del Niño Jesús, de la Virgen o de los Ángeles, realizada con nuestras manos, entraba en las familias…
La fidelidad a la Eucaristía ha sido siempre mi fuerza espiritual junto con el amor a la Congregación y al Apostolado, a pesar de mis debilidades y mis límites. He trabajado en el arte sacro durante 26 años, en el servicio sacerdotal durante 11 años, y he cumplido mi misión en otros ámbitos…
Hoy me encuentro en la comunidad de Fresno en California, por todo doy gloria a Jesùs Maestro por su bondad y misericordia, en espera, como me escribió Madre M. Escolástica, del viaje: “al día sin ocaso en que viviremos eternamente con nuestro Esposo Jesús. ¡Así que amémoslo mucho ahora para disfrutarlo más intensamente en el cielo!”.