Hna. M. Teresita de los Santos
“Pensé que era el fin de mi vocación religiosa, pero en mi corazón confiaba en Dios y en Su voluntad para mí y lo sometía todo a Él, a Su disposición. Hágase tu voluntad”, dijo Hna. M. Teresita.
Estas son las palabras de la hermana M. Teresita que recuerda su “prueba inolvidable” en su vida religiosa tal como la describe. Estaba a punto de unirse a sus compañeras de postulantado para la vestición religiosa cuando, tres semanas antes, se descubrió que tenía una enfermedad. Se le aconsejó que se recuperara en casa. No fue fácil para ella aceptar esta inesperada decisión de su formadora. Sintió lo que Job había experimentado en la Escritura: “El Señor dio y el Señor quitó. He recibido de Dios los bienes, ¿y no debería aceptar los males?”
Aunque intentaba resignarse a la voluntad de Dios, no podía dejar de sentirse triste por su gran amor a su vocación religiosa. El día en que sus compañeras se alegraban por la vestición, estaba en casa acostada en la cama debido a su enfermedad y sentía una profunda tristeza. Durante este momento difícil de su vida, recordó cómo respondió a la llamada divina. Cuando tenía veinte años, estaba lejos de casa solo para escuchar la llamada y seguir al Maestro… solo para encontrarse sufriendo de esa manera. Soportó la incomprensión y la agonía de su madre y el desacuerdo de todos en la familia solo para seguir su corazón. A pesar de esto, estaba tan decidida a dejar la casa por Dios y sentía una paz y una alegría extraordinarias en su corazón.
También recordó cómo se ofreció de todo corazón a Dios durante toda su estancia en el convento como aspirante y postulante, en la oración y en hacer lo que se le pedía. Con toda esta tristeza y dolor, la luz de Dios todavía estaba con ella y ella dijo: “Si no hubiera aprendido de Santa Teresa (su patrona) el espíritu de resignación a la voluntad de Dios a causa de mis sentimientos de frustración y soledad, quizás me habría vuelto loca en ese momento”.
A pesar de ello, no renunció a su fuerte amor y deseo de convertirse en una Pía Discípula del Divino Maestro. En aquel tiempo, su oración cuando entró por primera vez en la congregación era siempre la misma: “Señor, te ruego que me ayudes a estar contigo para siempre en esta congregación como Pía Discípula. Creía que lo que la hacía seguir adelante era su espíritu de fe, esperanza, oración constante y, sobre todo, su total resignación a Dios y a su Divina Voluntad para ella. Creía que, si Dios lo quería, las cosas iban a estar bien.
Es verdad, después de casi tres años de espera y resignación a la voluntad de Dios, el Jueves Santo, el 3 de abril de 1968, regresó a la congregación y se unió a las 7 postulantes en Antipolo. Aunque estaba agradecida y feliz de encontrarse en el convento, todavía temía que su dolorosa experiencia ante su vestición religiosa pudiera repetirse. Tenía miedo de ser expulsada de nuevo por su enfermedad. Así que le preguntó a su maestra de novicias si podía someterse a un examen de salud y gracias a Dios, ahora todo estaba bien.
En todo caso, su profundo deseo de ser un Pía Discípula del Divino Maestro tuvo lugar en el momento justo… era el tiempo perfecto de Dios. En 1971, se unió a sus tres compañeras de noviciado en su primera profesión. Y precisamente el año pasado celebró su Aniversario de oro en la vida religiosa.
Según ella, “Como simple costurera, fui vestida por Dios para ser su esposa para siempre. No elegí a la congregación, sino al Divino Maestro mismo”.
Ahora, Hna. M. Teresita tiene ya 52 años como PDDM y, hasta hoy, su total resignación a Dios y a su voluntad la hace una discípula feliz y realizada de Jesús Maestro. Precisamente desde hace muchos años y hasta ahora, dedica toda su vida y su habilidad en el amor y en el servicio de los ministros de Dios, cosiendo sus vestiduras, en particular albas, camisas clericales, etc.
Casi todos sus años en el convento hasta ahora han pasado en las salas de costura. En silencio, trabaja con gran amor y alegría en su corazón. Cada día, en cada circunstancia de su vida, se resigna totalmente a Dios y a su santa voluntad. Con el Beato Fundador, Santiago Alberione, ruega:
Dios mío, no sé qué me pasará hoy.
Solo sé que no me va a pasar nada
que no fue de ti previsto y dirigido a mi mayor bien
desde toda la eternidad.
Eso es suficiente para mí.
Adoro tus diseños eternos e insondables.
Me someto a ellos con todo mi corazón por tu amor.
Te ofrezco el sacrificio de todo mi ser
y uno mi sacrificio al de Jesús, mi Divino Salvador.
En su nombre y por sus infinitos méritos,
te pido paciencia en mi sufrimiento y en mi perfecta sumisión,
para que todo lo que quieres que suceda
se traducirá en tu mayor gloria y en mi santificación.
Amén.