Madre M. Tecla Molino
Madre M. Tecla Molino (1919-2013) fue la tercera Superiora general de nuestra Congregación desde 1981 a 1993, después de Madre M. Escolástica Rivata y Madre M. Lucia Ricci.
Cuando tenía 83 años, obedeciendo a la insistente petición de la Madre M. Paola Mancini, la Madre Tecla aceptó escribir una “memoria” de su vida, que entregó a la Madre Paola con ocasión de la visita fraterna a Sanfrè, en octubre de 2002. En plena lucidez e iluminada por la sabiduría de Dios, la introduce con una hermosa síntesis:
“Mi historia, en la parte hermosa, o sea la “construida” por el Señor me parece que ha sido así, como he tratado de describirla: ¡toda bajo el signo del Amor misericordioso! Así la sentí al principio, así que la siento hoy. No quisiera darte la impresión de anotar solo las cosas que me hacen parecer una santita: lejos de mí toda extrañeza y démosle espacio a Dios… Naturalmente, además, y con el Señor, hubo instrumentos providenciales: ¡la familia, la escuela, la parroquia! y durante el camino, el beato Timoteo Giaccardo no solo como confesor habitual sino también como maestro, como pedagogo. De sus clases se salía siempre como de un Templo… Creo haber asumido también parte de su lenguaje, expresiones típicas de su vida espiritual-mística…”
En efecto, todo el camino de Madre Tecla es un “in crescendo” en el conocimiento íntimo de Jesús Maestro Camino, Verdad y Vida y en el don de sí misma, en la vida en comunidad y en nuestra misión eucarística, sacerdotal y litúrgica. Algunos detalles de su camino como Pía Discípula del Divino Maestro, se pueden encontrar también en la entrevista concedida a P. Vito Spagnolo para el libro: Cosas nuevas cosas antiguas. Testimonios de la Familia Paulina, Roma 2002. Recuerda que era 1933 y tenía 14 años cuando entró en Alba, entre un buen grupo de jóvenes postulantes. La superiora era Madre Escolástica y la asistente era Madre Antonieta Marello…
Su misión fue ayudar inmediatamente a las hermanas en el servicio al numeroso grupo paulino, unos 500 muchachos de diversas edades, además de los sacerdotes y los discípulos. Madre Tecla comenta: Era un grupo fervoroso, y se sentía como todos rezaban. El ambiente era hermoso y cálido. Yo no sentí las dificultades al principio porque había acogida, sencillez y oración. Estábamos contentos con lo poco que había. Al Primer Maestro, en aquellos tiempos, se lo veía poco; éramos tantos que solo lo veíamos cuando predicaba. Por ejemplo, recuerdo la primera semana del mes, en la inmensa Iglesia de san Pablo, cuando todavía no había bancos ni nada, sin pisos, con bancos largos de aquí hasta no sé dónde. La Iglesia estaba llena y el Primer Maestro predicaba. Todas estábamos ocupadas en nuestras tareas domésticas. Hasta el traslado a Borgo Piave, a finales de 1933, estaban con nosotros las Hijas de San Pablo. Éramos muchas… Yo me sentía feliz, feliz sin otro deseo. Por la mañana nos levantábamos temprano con mucho sueño y con fatiga, pero a todos nos pasaba eso. Ya teníamos entonces dos horas de Adoración. De vez en cuando, la superiora que nos decía: “el Primer Maestro dijo que rezáramos con las manos levantadas, que rezáramos de rodillas. ¡Lo necesita, lo necesita!”.
Unos tres años después de entrar, la Madre Escolástica la envía a París para la propaganda. Allí estaban también los pioneros de la casa paulina, todos hacían “sacrificios enormes”. Madre Tecla cuenta:
“En Francia ya estaba la Madre Lucía. Ir a Francia sin conocer una palabra de francés… Pero yo no me sorprendía de nada. Y Madre Lucía me enseñaba francés en las calles de París… Ella llevaba allí un año. Era muy inteligente, y junto con P. Paolino dirigía el diario ‘La Parole’. Tenía mucha iniciativa, no tenía miedo de equivocarse, ‘nada miedo, hacemos el bien y basta’, decía. Después de algunos meses, P. Alberione me envió de París a Niza, con otra hermana… nos confiábamos a la Providencia. El Señor nos guió así”.
Respecto a su relación con el Fundador, Madre Tecla escribe:
“Yo he venido a la Casa con confianza ciega en el Primer Maestro, porque ya las vocacionistas de mi país, mis parientes, tenían mucha confianza en él y hablaban mucho de él. También nosotras, que éramos jóvenes y pequeñas, lo llamábamos el teólogo. Así que la confianza ya había nacido entonces… El Primer Maestro hablaba a menudo del apostolado, del trabajo, de la organización. Nos hacía las meditaciones todas las semanas… Una vez vino a Argentina, acompañado desde Roma con la hermana M. Cormariae. Y luego, lo llevé de Buenos Aires a Brasil en avión, porque ya no se lo podía dejar solo. Era un avión comercial, pero no un avión potente. El avión se tambaleaba. Él tenía el breviario en la mano, era así… Yo le daba las medicinas a esta o aquella hora. En un momento dado, mientras el avión se tambaleaba, levantó la cabeza y me dijo: ‘Pero, oye, ¿este avión es lo suficientemente seguro? ‘ Yo, para tranquilizarlo le dije: ‘Sí, Primer Maestro, aquí solo hacen subir si los aviones que están bien… ‘. ‘Ah está bien, si tú lo dices, está bien’, y siguió rezando… Tengo recuerdos muy simples del Primer Maestro. Lo sentíamos como nuestro padre, nuestro superior, y le teníamos mucho respeto”.
Madre Tecla, fue una Pía Discípula profundamente identificada con el carisma y el apostolado de las Pías Discípulas del Divino Maestro. Formada en la escuela de los santos y santas de la Familia Paulina, a su vez, durante muchos años fue Maestra de las Novicias y superiora de comunidad. Ha amado profundamente a los hermanos y hermanas y se ha dedicado a la Congregación, especialmente como Superiora general, con dedicación y con un estilo sinodal que formaba a la corresponsabilidad, basado en la escucha de las personas y de las situaciones. Dando una mirada rápida de su servicio decía: “Yo siempre he tenido una inmensa confianza en el Señor. Pero también he tenido grandes colaboradoras… Me han ‘llevado’. Puedo decir que yo sola no habría hecho nada, más bien me he asustado… Y por eso solo tengo que bendecir a Dios… En las naciones en las que he estado, siempre me he sentido acogida. No sé cuántas veces he dado gracias al Señor, no porque haya hecho la Superiora General, sino porque me ha hecho conocer sus obras en Japón, en Corea, en Taiwán, en las Islas Filipinas, así como en Samoa en el Pacífico, en Australia, en Canadá, en toda América Latina, etc. Todo esto ha sido una bendición. El Señor me ha ensanchado el corazón, me ha hecho ver que el mundo no está todo allí en tu agujero… Dios es grande, Dios es bello, Dios es vida”.
El camino de Madre Tecla, a causa de la vocación y misión recibida, nunca ha sido solitario sino “coral”, tanto en la oración como en las alegrías y en los dolores de la simple cotidianidad de nuestra existencia. Así, la Madre Tecla se ha hecho “compañera” para muchas de nosotras, por los caminos de la alegría del Evangelio que, aun experimentando las fatigas, nos hace incansables en dar la vida. El rostro de Madre M. Tecla, en los últimos años, había encontrado la suavidad propia de una persona interiormente pacificada, a pesar de las duras pruebas a causa de la salud y del avance de los años. Ofrece un bonito retrato el folleto para uso interno, escrito por Hna. M Joseph Oberto en 2014. Como madre y formadora ha acompañado con claridad y profundidad el camino de tantas hermanas en busca del Rostro de Dios. Muchas de nosotras hemos conocido sus virtudes, su gran corazón, la sabiduría y la firmeza en las decisiones.
En este año jubilar de la Congregación y en la perspectiva del 10º Capítulo General, el saludo de la Madre M. Tecla Molino a todas las hermanas Pías Discípulas podría estar contenido en las palabras, de una sorprendente actualidad, que hace más de treinta años escribía en una Circular:
Pascua es la novedad que cambia la vida… Y María de Magdala va enseguida a anunciar a los discípulos: “¡He visto al Señor”! Lo escuché llamándome “María”, le respondí: “Rabbuní”! Y toda su persona habla de este encuentro con el Señor de la vida nueva. El encuentro en lo profundo con el Maestro resucitado cambia la vida de la discípula y la hace “misionera”. La única conversión verdadera es el descubrimiento más vivo del Señor, el único que, iluminando nuestro camino y desvelándonos el sentido de las Escrituras (cf Lc 24, 25 ss), puede cambiar nuestro rumbo, ofreciéndonos, con el don de su Espíritu, la fuerza de la perseverancia en el bien, el secreto del anuncio a los hermanos. Pascua vivida en el descubrimiento luminoso del rostro y de la voz del Maestro que nos habilita para el anuncio, testimoniando en la cotidianidad: “¡He visto al Señor”! ¡Toda la vida habla porque ha sido alcanzada por el poder del Resucitado! La vida que “vio al Señor” como María Magdalena y que hizo de él la razón esencial de su vocación y misión (Circular n.3, 1990).
Sobre esta tonalidad pascual de muerte y resurrección se ha modelado también la existencia de la venerable Madre escolástica, siempre vivida en Cristo, en la Iglesia y en la historia. Madre Tecla testifica sobre ella:
“De Madre Escolástica tendría mucho que decir. Mucho y poco. Yo la conocí apenas llegué a casa. Era una superiora joven, sencilla, muy práctica, siempre entre las hermanas … Era muy humilde … Luego fue enviada a Argentina y precisamente en ese momento yo también estaba allí, donde me quedé por algunos años. Ella era muy tranquila…”.
Rodeadas de un grupo tan numeroso de santos, de discípulas y de apóstoles, juntamente con toda la familia paulina, afrontamos con confianza la carrera de la fe, de la esperanza y de la caridad, porque fiel es Dios que ha prometido. Madre Tecla Molino es testigo del amor indecible del Señor y de la llamada al apostolado.