Iolanda Ricci – Madre M. Lucía
Alabanzas a la Santísima Trinidad por el período pascual pasado en la fe, en la esperanza, en la búsqueda continua de Él, del que Solo es toda la razón de mi vida en vistas a la eternidad. En este camino pascual me arde en el corazón como una llama, la expresión evangélica: “¡No hay amor más grande que éste: dar la vida!”. Así lo hizo Jesús Maestro, así lo realizó el beato P. Giaccardo. Así, deseo constantemente y conscientemente hacer yo. El modo es diferente, pero creo que corresponde a la voluntad de Dios, al que quiero “agradar”.
(de los escritos de Madre M. Lucia Ricci)
Sus orígenes
Iolanda Ricci nació en Corpolò, un pequeño pueblo de la provincia de Rimini, el 11 de febrero de 1914. En esta ocasión el párroco sonó la campana de fiesta, porque Yolanda llegaba después de cinco hermanos, algunos de los cuales murieron pequeños. Es la sexta de 15 hijos (ocho mujeres y siete hombres) y sus padres, Primo y Maddalena Tonni, profundamente cristianos, la hicieron bautizar al día siguiente de su nacimiento en la Iglesia parroquial.
A la edad de cinco años se encuentra en el colegio de las hermanas Agustinas en Sogliano sul Rubicone, en un lugar turístico de la provincia de Forlì-Cesena. En este monasterio recibe el sacramento de la Confirmación y la Eucaristía por primera vez. El día de su primera Comunión, el ocho de diciembre, fiesta de María Inmaculada, estaba toda vestida de blanco para la ocasión y le dijeron que en el primer encuentro con Jesús Hostia podría pedir todo lo que deseara con la certeza de obtenerlo, fue entonces cuando Yolanda pidió como regalo: ¡la vocación religiosa!
Terminada la educación elemental, Iolanda vuelve a la familia y se pone a trabajar con el entusiasmo y la vivacidad que la distinguían en el colegio. De sus palabras sacamos una vitalidad exuberante: “A los quince años la idea de hacerme religiosa surgió de manera decidida, aunque no determinada en los detalles. El atractivo de un ideal superior se convirtió en la fuerza animadora de toda mi vida adolescente. No he experimentado las llamadas ‘desilusiones sentimentales’ pero he sentido fuerte la invitación de un afecto humano puro, sincero, que habría sabido entender y podría corresponder. (…) En la conciencia de tener que seguir un camino que no era el común, dos cosas me fueron, luego y entonces, objeto de la más profunda y costosa renuncia: ¡tener mis propios niños y mi libertad! Sabía que debía, y para siempre, renunciar a una maternidad natural; entendía que debía someterme a eso. Quise una cosa y la otra, con la esperanza de una maternidad más sublime y de la conquista de una cima superior, que tenía por camino el sacrificio de la voluntad”.
Pasaba la mayoría de los días en una tienda. Era hija del propietario de una cooperativa que, aunque situada en un pueblo de provincia, constituía el centro comercial al que acudían desde los alrededores, y el trabajo era intenso. En el incesante contacto con los clientes más variados y originales, entre el movimiento del dinero y el balanceo de la balanza, Yolanda sentía la necesidad de la oración. Para satisfacer esta necesidad tenía que ser muy madrugadora. Se levantaba a las cuatro en verano y a las cinco en invierno. Tal horario exigía un esfuerzo enérgico de la voluntad. “Me despertaba completamente por el fresco del alba. Necesitaba encontrarme con Él. No ignoraba que cada día era para mí, no solo cumplimiento de un deber fatigoso, sino lucha, a veces muy dura, por la defensa de mi vocación. A veces volvía a la iglesia. Ya era capaz de estar cinco minutos delante del Tabernáculo, sin pensar en los pesos, en la bicicleta, en mis hermanitos… Eran momentos fugaces pero intensos, y luego… ¡a salir corriendo, literalmente corriendo!”
Amaba intensamente la Acción católica, pero pronto comprendió que no podía militar en ella toda su vida. “Hacerme religiosa significó para mí hacer el bien, dedicándome sin reserva a la salvación de las almas. Tal deseo tomaba proporciones vastas como el mundo, la mayoría de las veces absurdas. Habría querido asistir a los niños sin madre y a los ancianos sin hijos; sentarme en la cátedra para enseñar o acercarme a la cama de los que sufren para cuidar los cuerpos y consolar las almas. Raras veces me cruzó la mente la probabilidad de la vida monástica… Más que nada sentía la necesidad de una humilde y eficaz colaboración con el clero, y la palabra ‘Misiones’ ejercía sobre mí una fascinación extraordinaria. Quise orientarme en la elección hacia un Instituto Misionero”.
En 1931 se encontró por primera vez con la realidad de la Familia Paulina que entonces daba los primeros pasos misioneros fuera de Italia y se entusiasmó. Ella misma da testimonio de ello: “Una vez después de rezar, tuve clara la idea que habría elegido un instituto religioso junto a un Instituto masculino. Esto respondía a mi exigencia interior, de querer colaborar con el sacerdote”.
Conoció, de manera inesperada, a la Congregación de las Pías Discípulas del Divino Maestro que contaba entonces con siete años de existencia. Las personas expertas en la vida le aconsejaban la elección de un Instituto ya probado por la experiencia, pero “yo quería celebrar una década, ¡no un centenario!” Lo que ejercía una atracción particular en el alma de la joven de dieciocho años era el nombre: Discípulas del Maestro… y al pronunciarlo experimentaba una fuerza especial.
Dieciocho años. Una hermosa edad para consagrarme conscientemente al Dios, pero desde hacía tres años aproximadamente yo era el mayor sostén de mi numerosa familia. Un colapso financiero nos redujo a condiciones miserables, y antes de emitir el voto de pobreza conocí la pobreza hasta la miseria, experimenté la amarga humillación que sigue a la riqueza de un tiempo ahora destruida. De la tienda de nuestra propiedad, pasé como vendedora a otra. No me atreví a privar a la familia de mi ayuda, pero un día, el mismo día que mi padre encontró el trabajo esperado que le permitió ganar algo, me llamó para decirme: ‘¡Ahora, ve, no es justo que te retengamos todavía, ve donde el Señor te llama, y que seas bendecida!’
Hacia una vida nueva
Después de una semana de preparativos, el papá la llevó a Bolonia con el carro y desde allí Yolanda llegó a Alba, la Casa Madre, el 27 de junio de 193
“Entré en la gran iglesia de S. Pablo para derramar en el Corazón de Jesùs todos mis sentimientos, privados en aquel instante de todo entusiasmo. Quería ver de cerca a las Pías Discípulas en Adoración y su traje celestial. Me volvió a la imaginación el rostro de mi madre, de mis seres queridos, pensé en la libertad sacrificada, y me pareció oír a mi último hermanito que me invocaba con voz angustiada… ¡Tuve la fuerte tentación de volver, enseguida, sin siquiera familiarizarme con lo que ya debería haber sido mi nueva Familia! Estuve algún instante cubriéndome el rostro con las manos y oí el eco de una voz que me decía: ‘Sé generosa’. Miré, encogida, la hostia santa y me levanté decidida”.
El 25 de enero de 1933 Yolanda viste el hábito religioso en Alba: recibimos de manos del Fundador el Hábito azul de las Pías Discípulas del Divino Maestro y el 2 de febrero de 1933 acoge su primer destino que la orienta hacia Francia, St. Mandé y Vincennes (París)donde permanece hasta 1936, comprometida en la difusión del Evangelio. La expectativa era la de volver a Alba después de algunos meses y, en cambio, debe esperar hasta agosto de 1936 cuando fue convocada, con cierta solicitud para participar en un curso de Ejercicios en Alba, con las Pías Discípulas junto a las Hijas de S. Paolo en Borgo Piave. Al final de los mismos, las Pías Discípulas emitieron la primera Profesión; en un momento dado. fue llamada por su nombre por el Sacerdote P. Timoteo Giaccardo, hoy beato, para emitir los Votos religiosos. Luego partió hacia París con el nombre de Hna. María Lucía. Pero a finales de noviembre, llegó la noticia de que su profesión no había sido canónicamente válida y se la esperaba en Roma para el noviciado con las Hijas de S. Pablo. Partió el 21 de noviembre de 1936 para llegar el 22 a Roma.
El 19 de enero de 1937 entró en el Noviciado en Roma con las Hijas de San Pablo, con la Maestra Nazarena Morando (1904-1984). Las novicias formaban un grupo numeroso, se preparaban para la vida religiosa paulina. De ellas formaba parte un grupo de doce novicias Pías Discípulas, incluida la Hna. Iolanda. Su permanencia diurna fue en la comunidad de las Pías Discípulas en la Pía Sociedad de San Pablo, para dedicarse a las diversas actividades y a la colaboración solicitada. Por la noche, volvía al noviciado, descansaba y participaba en las prácticas de piedad de la mañana. En la práctica, la situación presentaba dificultades, incertidumbres, para la Maestra y para las novicias. Las novicias Pías Discípulas habrían deseado vivamente participar con las otras en todo el desarrollo de su etapa, pero las necesidades apostólicas de servicio impedían la asidua participación en las clases sobre los diversos temas formativos. La maestra Nazarena escuchaba los relatos personales, manifestaba que los disfrutaba breves, sinceros y siempre tenía una respuesta sugerida por la fe, deseando formar mujeres fuertes y religiosas completas. Terminado el noviciado Yolanda es admitida a la Profesión religiosa, que emite el 20 de enero de 1938.
El 2 de febrero de 1938 regresa a París (Nogent). El fundador, el Beato Giacomo Alberione, junto con otra hermana, Graziana Dogliani, le da la tarea de presentarse al Ordinario de las siguientes diócesis: Nants, Reims, Arras, Lille, con la esperanza de obtener de algún obispo el permiso para iniciar una comunidad paulina. Todos se negaron. Pero las hermanas siguieron rezando por intercesión de san José. Por interés de Madre M. Augusta, entonces superiora en Marsella, y con la ayuda de P. Giovanni Costa ssp, fueron acogidas con particular benevolencia por el Obispo de Nice, S. E. Mons Paul Remond. Luego, partieron hacia Nice y, después de una veintena de días ya tenían una morada: entraron en Villa Magdala St. Maurice donde otras Hermanas las siguieron.
De Niza Sr. M. Lucia es llamada a Alba por Madre Escolástica, para una nueva misión: ayudar en el Noviciado. La juventud de Hna. M. Lucía y el hecho de no tener 10 años de profesión, no le permitían la posición canónica, de “Maestra” aunque, de hecho, era la Maestra de las Novicias. “Madre Escolástica me escribió que iría a ayudarla por el Noviciado. Me pareció una noticia tan hermosa, tan hermosa que solo Jesùs, el que vio en el fondo de mi corazón, sabe decir cuánto me sentía agradecida”.
Llegó a Alba la mañana del miércoles de Ceniza, el 22 de febrero de 1939. Inmediatamente entró en la Iglesia, recibió las Cenizas, contenta de comenzar su nuevo deber en un día de penitencia, con un acto de humildad. Mientras ejercía el ministerio de Maestra de las Novicias, ayudada por voluntad explícita del Fundador, por el beato Timoteo Giaccardo, el 20 de enero de 1944, Hna. M. Lucía emite la Profesión perpetua. En la imagen de recuerdo de Hna. M. Lucía de la Eucaristía se registra el comienzo de la oración: Señor yo te ofrezco… que expresa toda la intensidad mística y apostólica de la ofrenda de su vida como Pía Discípula en la Familia Paulina y en la Iglesia.
Varios grupos de hermanas se han sucedido en los noviciados y han creado un vínculo espiritual profundo con la maestra, que se ha consolidado también en las celebraciones jubilares del 25° y del 50° de profesión. Madre M. Lucía continuó acompañando el camino espiritual de las hermanas que ella había seguido en noviciado.
Como Maestra de las Novicias y con las mismas novicias vive el Calvario de nuestro Instituto de 1946-1947. El Divino Maestro asoció íntimamente a su misterio pascual a sus discípulas y, de modo muy particular, a la venerable Madre M. Escolástica Rivata.
Una misión comprometedora: dar la vida
El 3 de abril de 1947 la Congregación de las Pías Discípulas recibe finalmente la aprobación diocesana. ¡Era un Jueves Santo! En el Decreto de erección del Instituto Virginis Ecclesiae del Obispo de Alba se lee: “Finalmente, por indulto apostólico, el Padre Angélico de Alejandría OFM C., Visitador Apostólico de este nuevo Instituto, con nuestra autoridad nombramos y constituimos Superiora General de la Congregación la Rev.ma Hna. Maria Lucia Ricci, (…) que anteriormente el mismo Visitante había elegido, dispensada del defecto de edad, y a Nosotros propuesta. La cual Ven. por Madre General, a Nosotros en Cristo amada, querida por Nosotros al gobierno de toda
la Congregación, emitirá la Profesión de fe, y la de los Votos según las Constituciones aprobadas ahora, ante Nosotros o ante Nuestro delegado; A ella le damos también la facultad de erigir el Noviciado en esta Nuestra Ciudad episcopal y de proveer a las otras cosas del caso. El Divino Maestro que es Camino, Verdad y Vida, en honor del cual hemos instituido esta nueva familia religiosa, por intercesión de la Reina de los Apóstoles y de san Pablo, preserve siempre la nueva fundación y nos conceda crecer siempre en su amor. Aloysius M. Grassi, Episcopus Albensis Feria V – in Coena Domini A.D. – MCMXLVII.”
Con ese evento, Hna. M. Lucia Ricci, nombrada Superiora general, sucede en el gobierno de la Congregación a Madre M. Escolástica Rivata, Primera Madre de las Pías Discípulas y primera Superiora general.
Desde este período, se la llama Madre Maestra porque el nombre de Madre se ha añadido al de Maestra. Nuestra Congregación tuvo la Aprobación Pontificia el 12 de enero de 1948, día en que el beato Timoteo Giaccardo celebró por última vez la Eucaristía. Madre Maestra, junto con el Fundador y toda la Familia Paulina, vivieron con fe y dolor este paso de Dios que nos privaba de un valioso apoyo.
La vida de Madre María Lucía Ricci se entrelaza con la historia de nuestra Congregación. Ella se afirma como madre y hermana de todas las Pías Discípulas del mundo, visitadas repetidamente en los años de su ministerio de Superiora General. Las múltiples iniciativas apostólicas llevan el sello de su oración, de su obediencia al Fundador y de la urgencia del Evangelio.
A Madre M. Lucia le interesaba mucho la pastoral juvenil y vocacional. Estaba convencida de que la vocación y la misión de la Pía Discípula era actual y urgente y pedía la colaboración de todas también para favorecer las vocaciones.
«Deberíamos ser muchas, preparadas, cualificadas. No se cansen del estribillo, que se repite cada vez como un vivo deseo, una oración confiada y a la vez apremiante: “Es la hora de la Eucaristía, del Sacerdocio, de la Liturgia “, por tanto, es la hora de las Pías Discípulas. En todo tiempo y en todo lugar, cada una corresponda fielmente; cada una ore y actúe por las vocaciones, elección, formación, estabilidad» (Circ. 18 de abril de 1967).
Madre M. Lucia acompañó la creación y la expansión de la Congregación en el mundo
En el período de su mandato la Congregación de las Pías Discípulas abre los horizontes sobre una quincena de nuevas Naciones, desde Oriente a Occidente, desde Corea del Sur a Chile, a África. El gobierno de Madre M. Lucía corresponde, en el primer mandato, al período en el que el beato Santiago Alberione sigue vivo y activo. Esto significa que el fundador sigue siendo la mente que inspira, que empuja, que desafía y por lo tanto es apreciable la docilidad, la colaboración de Madre M. Lucía. Sobre todo si se observan las personas enviadas a las nuevas fundaciones, con las categorías de hoy, diríamos: eran personas demasiado jóvenes, sin una preparación específica ni de lengua ni de cultura. Surge entonces cómo la fe del fundador fue compartida por la Madre M. Lucía y las hermanas enviadas. Y en nombre de esta fe se hacían largos viajes en barco, se llegaba al lugar, se buscaba un lugar para habitar, quizás apoyándose en otra realidad paulina ya presente. Se buscaban jóvenes locales deseosas de entrar en la escuela de Jesús Maestro y se empeñaba en la comunicación del carisma. Madre M. Lucía, en su ministerio de Superiora General, tuvo un contacto directo con todas las hermanas y con todas las comunidades en los cinco continentes. Algunos viajes “misioneros” se realizaron al estilo de la Familia Paulina: viajaron juntos: el Fundador, P. Giacomo Alberione, Maestra Tecla Merlo, Superiora General de las Hijas de San Pablo y Madre M. Lucia Ricci, Superiora General de las Pías Discípulas.
Al visitar a las hermanas presentes en las diversas naciones, manifiesta una atención particular a las culturas y lo hace también a través de los diarios de viaje, que se transmiten a las demás comunidades del mundo para alimentar en todo el Instituto el espíritu misionero, haciendo partícipes a todas las hermanas de la vitalidad que florecía en las diversas realidades, naciones y continentes.
El último continente al que se ha llegado ha sido África, a propósito del cual comunica: “Se nos ha pedido enviar tres Pías Discípulas a África, al Vocacionario Pía Soc. S. Pablo del Congo. Un nuevo don del Divino Maestro a las Pías Discípulas; una nueva ofrenda de las Discípulas al Maestro. Con agosto-septiembre el p. v. también la Casita en África será una realidad reconfortante; dar con alegría y generosidad la contribución de nuestra oración y caridad” (Circ. 2 de julio de 1961).
La sensibilidad misionera que Madre M: Lucía llevaba en su corazón, como vocación en la vocación, la ha hecho capaz de gozar en el contacto con las diversas culturas, de las cuales, visitando las naciones, ha sentido una gran fascinación apostólica: cada lugar le parecía siempre el más bello de todos, con grandes posibilidades para la misión. Intentar descubrir si en su corazón había una preferencia por África o por Asia sería hacer un mal a este don suyo de hacerse “toda para todos”, con el corazón apostólico de san Pablo.
La caracterizó un intenso compromiso de comunicación de los valores que, como Familia Paulina, vivimos en el seguimiento de Jesús Divino Maestro, sostenidos por María Reina de los Apóstoles y por el ejemplo de san Pablo Apóstol. Sus cartas circulares, sus meditaciones, las escuelas formativas, los diarios de viaje, los innumerables escritos personales, la publicación de biografías de algunas hermanas Pías discípulas y múltiples contribuciones de creatividad en los diversos sectores de la producción apostólica, manifiestan la sensibilidad de su corazón de Pía Discípula, el gusto por la belleza, un intenso espíritu litúrgico, el sentido de la misión y de la misionariedad. Ha impulsado a las hermanas a alimentarse de cada palabra del Evangelio, como la liturgia de cada día nos la ofrece. Enseñó a escuchar y a dialogar con Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, no lejos en el tiempo, sino vivo y presente a sus discípulas, en la totalidad del Misterio eucarístico. Nos ha introducido en la experiencia vital del silencio como condición para la intensidad del amor entre discípula y Maestro. Sensible al magisterio del Concilio Vaticano II ha favorecido la práctica de la Liturgia de las Horas con la celebración comunitaria de las Laudes matutinas y de las Vísperas, ha promovido el cuidado del canto en las diversas celebraciones litúrgicas.
Su entrada en la dulzura de la caridad del Maestro Divino la ha hecho partícipe de los impulsos apostólicos de P. Santiago Alberione, sensible a las nuevas necesidades de los presbíteros, de los consagrados, enfermos o ancianos, sin descuidar la colaboración formativa a los más jóvenes. Para muchos hermanos presbíteros y discípulos paulinos ha sido una persona de escucha, de aliento y consuelo.
La riqueza natural de su persona la ha inclinado a comprender la armonía y la belleza, que ha cuidado para el encuentro con Dios. Así que no le fue difícil interpretar a P. Alberione que invitaba a las Pías Discípulas a poner el arte al servicio de la liturgia, para que el pueblo rezara en la belleza. Con la confianza casi ciega en el Primer Maestro, desafió a jóvenes hermanas a recorrer estos nuevos caminos.
La distinguió, hasta el final de la existencia terrenal, la capacidad de relacionarse, de prestar atención a los demás, con una memoria excepcional de nombres incluso de los familiares de las hermanas; se interesaba por los diversos acontecimientos, de la salud, de un examen de escuela realizado, etc. y las hermanas sintieron su acompañamiento y su cercanía.
Paso del mando…
En el Capítulo General de 1981, Madre Maestra fue sucedida en su ministerio como Superiora General, y fue elegida para ello, Madre M. Tecla Molino. La Madre M. Lucía dejó el Generalato y vivió período en la Casa Gesù Maestro/Roma.
Mientras pudo, continuó su colaboración con El P. Stefano Lamera fue el Postulador General de la Familia Paulina y trabajó para algunas causas de beatificación y canonización. Comenzó con la del P. Timoteo Giaccardo. En particular, se ocupó de toda la documentación y de la explicación del material para la causa de la Madre M Escolástica Rivata. Madre Lucía siempre mantuvo viva la memoria de los difuntos.
Las Hermanas Discípulas y ella tuvieron especial cuidado con los documentos históricos de la Congregación. Esto hizo posible continuar en profundidad los estudios de la historia congregacional.
En el ámbito de la Familia Paulina, ofreció diversas colaboraciones con vistas a la espiritualidad y el carisma transmitidos por el beato Santiago Alberione.
Marcada por la experiencia de un accidente automovilístico, el 26 de noviembre de 1998, le parecía que el Divino Maestro apresuraba la preparación para la boda eterna. Serena y llena de fe, vivió los últimos años en Él, como siempre había vivido.
Después de muchas complicaciones, su salud declinó hasta el paso lleno de paz en la eternidad, en nuestra comunidad de Albano Laziale (RM). Fue el 10 de agosto de 2001, la hora de las Vísperas de la fiesta del mártir Lorenzo.
Damos gracias a Dios por haber dado esta Hermana y Madre a nuestra Congregación, a la Familia Paulina, a la Iglesia y al mundo. “Doy gracias a la Trinidad Santísima por el don de la vida sobrenatural recibida en el bautismo. Creo, renuncio, quiero vivir mi bautismo en una plenitud siempre creciente (12 de febrero de 1997).”